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Recientemente fue beatificado en Caracas, Venezuela, un laico venezolano que hizo Historia, el Dr. José Gregorio Hernández Cisneros. Su historia te interesará amigo lector. Estás dentro de la página de nuestra asociación, la Asociación Misericordia. Y ese nuevo Beato practicó todas las virtudes -caso contrario no hubiese sido beatificado- pero en una brilló con luz propia. Y esa virtud fue la Misericordia.

 Comenzamos recordando algunos conceptos por todos conocidos. Enseña el Concilio Vaticano II en el Decreto Apostolicam Actuasitem que: “En la Iglesia hay variedad de ministerios, pero unidad de misión….    …Pero siendo propio del estado de los laicos el vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, ellos son llamados por Dios para que, fervientes en el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento”.

Y fue porque vivió esto con plenitud, que José Gregorio Hernández, el Dr. Hernández llegó a ser Beato.  En una causa de canonización de un fiel, se desarrollan varios procesos. En primer lugar, se debe proceder a la beatificación, que a su vez -normalmente- requiere dos procesos, uno de virtudes heroicas y otro por el que se declarar probado que Dios ha obrado un milagro por intercesión del fiel que se pretende beatificar. Una vez beatificado, para proceder a la canonización se debe declarar probado un nuevo milagro por intercesión del beato.

 

 Pero hablemos de la vida del nuevo Beato. En un pueblecito de los andes venezolanos llamado Isnotú, nació el 26 de octubre de 1864, un niño que haría famoso a su pueblo. Ese niño al crecer quiso ser abogado, pero la voz de su padre le hizo ver que en Isnotú se necesitaban buenos médicos y no abogados. La medicina en aquél pueblo del interior de su país era muy rudimentaria. José Gregorio obedece y  se pone en marcha. La obediencia también sería una virtud que él iba a practicar heroicamente.

En Caracas estudia en la Universidad Central de Venezuela. Allí forjará amistades que conservará durante toda su vida. Eran buenos estudiantes, varios fueron sus buenos amigos. Pero no eran buenos católicos, incluso alguno ateo y esto entristecía al joven Hernández Cisneros, que no obstante, cultivaba esas amistades para hacerles el mayor bien posible.  Participaba de la Misa diariamente, comulgaba y rezaba el Rosario. Esto lo mantuvo durante toda su luminosa vida.

Cuando ingresó a la Universidad Central de Venezuela (UCV) para iniciar sus estudios de medicina, José Gregorio tenía 17 años. Según las certificaciones de los estudios universitarios de José Gregorio Hernández (en las que se evaluaban estos aspectos: aplicación, aprovechamiento, buena conducta y asistencia), en casi todas las materias de los seis años de estudio logró la calificación de sobresaliente; fue el estudiante más destacado en la carrera de medicina en la UCV. Esto se conjugaba con lo que ya  había mostrado en su niñez en Isnotú.

La situación económica apretó en muchas oportunidades, por lo que junto con sus estudios de medicina se vio en la necesidad de dar clases particulares para ayudarse a sí mismo y a sus hermanos. Llegó hasta aprender de un amigo sastre a hacer ropa masculina y se hizo sus propios trajes. Sus compañeros reconocían sus virtudes de integra honestidad, espíritu de mortificación, de servicio y rectitud de conciencia. Su vida era un ejemplo para sus compañeros universitarios. Estaba convencido de que: “En el hombre el deber ser es la razón del derecho, de manera que el hombre tiene deberes, antes que tener derechos”. En sus años de universitario, José Gregorio fortaleció su carácter cristiano devoto con una gran disciplina interior combinada con una caridad para con los demás cada vez mayor.

Fue pues un hombre de piedad, de oración de fe y de ciencia, de estudio y de experimentación e investigación.

Al graduarse con el título de Doctor en Medicina, el 29 de junio de 1888, era dueño ya de inconmensurables conocimientos, hablaba inglés, francés, portugués, alemán e italiano y dominaba el latín; y tenía conocimientos de hebreo, era filósofo, músico y tenía además profundos conocimientos de teología. Para cumplir la promesa hecha a su madre y con el deseo personal de ayudar a sus paisanos se traslada a ejercer la medicina en su pueblo natal no sin antes instalar un pequeño consultorio provisional, con el cual se va extendiendo su fama como médico y su vocación de servicio a los más necesitados.

Estando en Paris algunos amigos intentaron hacerle una encerrona. Convidaron al Dr, Hernández a una cena con algunas chicas. Le dijeron que eran todas mujeres muy decentes y que sólo sería una cena. Pero, en determinado momento después de la cena, todos salieron rápidamente dejándolo solo con una chica, que era de” vida alegre”. La intención era clara… No obstante, al regreso después de dos horas, la encontraron sola, llorando sentada a la mesa en donde había sido la cena. Le preguntaron que había ocurrido para que estuviese así en un mar de lagrimas y respondió a su vez con una pregunta: “¿quién es ese hombre?. Las cosas que ese hombre me dijo… Nunca conocí alguien así”. Y  ¿qué había acontecido realmente para que aquella pobre chica quisiera mudar de vida?.  Pues sencillamente que José Gregorio la había contemplado no como un objeto de placer sino como quien poseía un alma redimida por la preciosísima sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Le había aconsejado a mudar de vida, a tener verdadero arrepentimiento y le había tocado el corazón. No solo no había pecado él, sino que la había sacado a ella de la vida de pecado.

El Dr. José Gregorio Hernández visitaba a los enfermos pobres. No les cobraba la visita y muchas veces él mismo iba a la Farmacia a comprar las medicinas, dada la extrema pobreza del enfermo. El día de su fallecimiento, salía de una Farmacia en donde había comprado medicinas para una pobre anciana enferma. No vio el único tranvía que existía en aquél entonces  en Caracas y esa máquina se lo llevó por delante.  Llegó vivo al Hospital donde trabajaba pero sus colegas no consiguieron salvarle la vida. El, había ofrecido su vida a Dios para que terminase la Guerra que azotaba a Europa (la Primera Guerra Mundial) y a los pocos días de finalizar la contienda Dios recogía su Bella y luminosa alma. Era el día 29 de junio de 1864. El cortejo fúnebre fue compuesto por millares de personas y llevado su ataúd en hombros hasta el Cementerio General del Sur. Un famoso escritor venezolano -nada católico por cierto- escribió al día siguiente en la prensa caraqueña: “No era un hombre al que enterraban, era un ideal humano que pasaba en triunfo y en pos de su féretro, todos experimentamos el deseo de ser buenos”.

Terminaba así una vida ejemplar y comenzaba otra faceta de esa existencia tan bendecida por Dios. Centenas de milagros realizados por la intercesión del Dr. Hernández comenzaron a ocurrir en los más diversos lugares, y su fama de santidad traspasó las fronteras de Venezuela llegando a toda Iberoamérica.

Un milagro constatado y aprobado por la Santa Sede permitió su reciente Beatificación.

¡Qué el Dr. José Gregorio Hernández, que tanto ejerció la virtud de la Misericordia, interceda  también por todos nosotros los amigos de la Asociación Cultural y Filantrópica Misericordia!