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Santa María, reina y madre de los sacerdotes

 

La imagen que contemplamos es, ciertamente, singular y un tanto extraña: la Virgen María con ornamentos sacerdotales. Pero no es un error ni una equivocación. Es una manera de expresar plásticamente el trascendental servicio de la Virgen María, madre de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, en el plan divino de la salvación universal. La Virgen María “fue en la Tierra la esclarecida madre del Divino Redentor y, en forma singular, la generosa colaboradora y humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo, mientras él moría en la cruz, cooperó en forma toda singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida  sobrenatural de las almas. Por tal motivo es Madre nuestra en el orden de la gracia”.

No es sacerdote, ciertamente ni pertenece al Colegio apostólico de los Doce, pero con toda razón es Reina de los Apóstoles, Reina y madre de los sacerdotes.

Aquellas palabras de Jesús: “Ahí tienes a tu Madre”, asumen una profundidad particular en la vida del consagrado a Cristo.

La Virgen María, Madre singular de los sacerdotes, por eso mismo es formadora, educadora eminente de nuestro sacerdocio, nos enseña a ser sacerdotes, quiere y sabe modelar el corazón del sacerdote, sabe, puede y quiere proteger a los sacerdotes en los peligros, cansancios y desánimos.

María es «Virgen intrépida». La mujer valiente del Apocalipsis. Intrépida es decir que no trepida, que no tiembla, que no tiene, miedo, que no se hunde ante dificultades. Es intrépida en la pobreza. Qué valiente hay que ser para saber ser pobre, para no hundirse ante las carencias. Qué valiente hay que ser para no tirar la toalla cuando no hallamos fruto alguno después de haber trabajado ilusionadamente. ¿Cuántas cosas soy capaz de hacer yo sin esperar nada?

El sacerdote ha de ser un hombre “en pie” en medio de las ruinas para ser apoyo y pilar de tanta gente hundida, desanimada, sin ilusión aplastada por la vida. Nadie pude animar, si él no está animado; nadie puede poner ilusión, si no esta él ilusionado.

Él sacerdote, como María, ha de acoger la Palabra y meditarla en su corazón, para trasmitirla y proclamarla. María no hace ninguna pregunta a Dios una vez que ha conocido su voluntad. Se fía de Dios en cada momento y deja el momento siguiente en manos de Dios su Salvador en el que salta de gozo su espíritu confiado. No esperemos nosotros ver todo claro. Dios irá manifestando su voluntad a través de la historia de salvación, si sabemos acatar sus designios.

La prontitud en el servicio de Dios, la urgencia en el apostolado es signo de amor intenso, de un gran sentido de responsabilidad. El que ama no hace esperar; el que ama no retarda la solución.

La Virgen es modelo sublime de entrega generosa, delicadeza y sensibilidad. Ella siempre enseña pudor, nobleza, delicadeza, recato, honradez. Y así cuántas situaciones tensas se pueden resolver en la Iglesia y en la sociedad.

No podemos perder el gusto a la aventura de Dios. Hemos de ser hombres de los riesgos, hay que arriesgarse. Hemos de ser prudentes, pero nadie nos puede hacer callar la verdad del Enviado por Dios al mundo, que es Jesucristo, el Señor.

La Virgen María es Causa de nuestra alegría. “Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas, como esa multitud innumerable de evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia, con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir”. Hago hincapié en la alegría. El sacerdote hombre de alegría.

El Beato (Nota: hoy en 2021 santo canonizado) Manuel González nos remite, nos invita a Santa María Reina y Madre de los sacerdotes, para decirle ‘Madre Inmaculada: que no nos cansemos. Madre nuestra, una petición: que no nos cansemos. Sí, aunque el desaliento por el poco frutó o por la ingratitud nos asalte, aunque la flaqueza nos ablande , aunque el furor del enemigo nos persiga, y nos calumnie, aunque nos falte dinero y auxilios humanos, aunque vinieran abajo nuestras obras y tuviéramos que volver a empezar de nuevo. Madre querida que no nos cansemos.

Firmes, decididos, alentados, sonrientes siempre, con los ojos de la cara fijos en el prójimo y en sus necesidades para socorrerles y con los ojos del alma fijos en el Corazón de Jesús que está en el Sagrario, ocupemos nuestro puesto, el que a cada uno nos lo ha señalado el Señor.

Nada de volver la cara atrás. Nada de cruzarse de brazos. Nada de estériles lamentos. Mientras nos quede una gota de sangre que derramar, unas monedas que repartir, un poco de energía que gastar, una palabra que decir, un aliento de nuestro corazón, un poco de fuerza en nuestras manos o en nuestros pies que puedan servir para dar gloria a Dios y a Ti, y para hacer un poco de bien a nuestros hermanos, madre querida, que no nos cansemos. Morir antes que cansarnos.

Santa María, reina y madre de los sacerdotes, ruega por nosotros

Citas extraídas del citado libro Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae en las páginas 231 a 245, Editorial EDICE, Madrid 2016).

La Asociación Misericordia dio inicio en octubre pasado a una sección nueva. Se trata de transmitir regularmente unos preciosos pensamientos sobre la Santísima Virgen María de autoría del Obispo emérito de San Cristóbal de La Laguna, Canarias, Mons. Damián Iguacén Borau.
Este ilustre Prelado, fue el Obispo más anciano del mundo hasta su fallecimiento el 24 de noviembre.
Cuando Mons. Damián Iguacén cumplió cien años, la Conferencia Episcopal Española publicó un libro denominado “Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae” que reúne una serie de escritos de D. Damián sobre la Virgen María, dedicados a las más variadas advocaciones y títulos de la Virgen por él ideados.
Por considerarlas de mucha utilidad para nuestros lectores, publicaremos regularmente citas de esos escritos de Mons. Iguacén en el libro editado por la CEE en la Editorial EDICE, Madrid 2016.