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Hawai: luz y sol

 

¿Qué relación hubo entre esa epidemia y aquél chiquillo belga que ya como sacerdote vivía en Hawai?. En nuestro próximo artículo encontrarás la respuesta.

 Así terminamos nuestro anterior artículo. He aquí la respuesta.

En una congregación, en un empresa, en una compañía, en las Fuerzas Armadas, en los sindicatos e incluso en los partidos políticos se practica la obediencia. Claro que no es lo mismo la obediencia que practica un militar, que aquella practicada por un empleado de una compañía, o un político o un sindicalista. Nuestro personaje practicó la obediencia, y siguiendo la voz de la gracia que le sugería pedir para ser enviado a un destino que probablemente traería para él consecuencias gravísimas, no dudó y se ofreció para ir a Molokai. Allí lo esperaba un panorama que no era más de luz y sol. Iba al encuentro de la oscuridad, el dolor, la muerte…

El padre Damián viajó con 50 leprosos, lleno de energía y con la firme voluntad de servir a Cristo en aquellos seres que lo estaban esperando al pie de playa. Seres con rostros mutilados, con llagas que a primera vista producían repulsa. Un panorama desolador. Para pasar su primera noche no tenía cama. Tuvo que dormir debajo de una palmera, porque no había habitación preparada para él. En medio del silencio de las noches, escuchaba la risa de los borrachos, el llanto de algún moribundo o los aullidos de perros salvajes que devoraban los cadáveres que no habían sido enteramente enterados. Además el ambiente, calificado por algunos cono siendo “un verdadero infierno” estaba minado por desórdenes y vicios diversos que era una droga para la asfixia de su desesperación.

Un ambiente, un panorama, que a cualquier pusilánime habría servido de excusa para el desánimo e inclusive para abandonar aquél lugar. El padre Damián no era un blandengue. Todo lo contrario.

Comprendió que era necesario mudar ese ambiente. Y lo más importante, mudar, transformar aquellos corazones. Y se puso “manos a la obra” pues no adelanta solo lamentarse de que las cosas van mal. Es necesario actuar. Y antes de actuar rezar. Fue lo que hizo el padre Damián. Bajo su supervisión se construyó una iglesia con la advocación de Santa Filomena. Y además una escuela, un hospital, una enfermería y viviendas para quienes pasaron a ser tratados como hijos de Dios y no solo enfermos despreciables como lo eran aquellos hasta su llegada. Él tenía muy claro un principio “sin el Santo Sacrificio de la Misa una presencia como la mía sería insostenible” y “si soy incapaz de curar la lepra del cuerpo, intento por lo menos curar la del alma” y a eso se entregó por entero. Fue en la Eucaristía donde él encontró fuerzas y para eso no escatimó esfuerzos y recursos para que el Culto fuese lo más esplendoroso posible: flores, luces, ornamentos, etc. etc.. Para eso contó con el apoyo de las Hermanas de los Sagrados Corazones de Honolulu que le enviaban materiales.

En poco tiempo el ambiente había mudado. El padre Damián con su entrega, sacrificio y dedicación consiguió atraer la gracia de Dios en abundancia para aquellos enfermos. La Misa emocionaba a cualquiera: ver aquella muchedumbre que se acercaba lentamente a la mesa de la Comunión y entonaba el Lauda Sión en honor al Santísimo Sacramento. Niños que hacían de monaguillos con sus vestiduras rojas y blanco, felices a pesar de su caritas estar deformadas ya por la terrible lepra.

San Damián no era solo el médico de las almas. Era médico de los cuerpos, distribuía medicinas que él mismo había preparado, limpiaba los miembros carcomidos de aquellos infelices y no dejaba jamás trasparecer las náuseas que el horror de esos cuerpos le causaban. Fue un héroe, que en el cumplimiento de su deber, encontró de frente a la enfermedad. Se había contagiado de la lepra…a los cuarenta y nueve años. No quiso ser trasladado a otro sitio para recibir mejor tratamiento. “Hasta este momento me siento feliz y contento y si me dieran a escoger la posibilidad de salir de aquí curado respondería sin dudarlo: me quedo toda la vida con mis leprosos”.

Y así fue. Murió leproso el 15 de abril de 1889. Al momento de morir desaparecieron las señales de la lepra en su cuerpo y se secaron las llagas de sus manos. La frase por él pronunciada años atrás se tornara realidad:” no importa que el cuerpo se vaya volviendo deforme y feo, si el alma se va volviendo hermosa y agradable a Dios”. Toda una lección.

 Una consolación recibió. Una visita que le sorprendería enormemente. Poco antes de que el gran sacerdote muriera, llegó a Molokai un barco. Era el del capitán que lo había traído años antes, cuando llegó de misionero. En aquél viaje le había dicho que con el único sacerdote con el cual se confesaría sería con él. Y ahora, el capitán venía expresamente a confesarse con el Padre Damián. Desde entonces la vida de este hombre de mar cambió y mejoró notablemente.

Antes de fallecer el Rey David Kalākaua invistió al padre Damián como Caballero de la Real Orden de Kalākaua y en 1959 cuando Hawai pasó a ser el estado número cincuenta de la Unión Americana los representantes del pueblo hawaiano escogieron al padre Damián para que su estatua les representara en el Capitolio de Washington. Y los belgas lo eligieron como el compatriota más grande de su historia.

Comenzamos diciendo Hawai luz y sol. San Damián de Molokai fue la luz para los innumerables pacientes de lepra de Hawai y continúa después de muerto, siendo un sol para quienes conocen su historia de heroísmo y santidad en Hawai. Los Santos -como sabemos- son modelos para los cristianos. Cada uno de nosotros está llamado a dar luz a los demás y alcanzar la santidad en nuestro ambiente, en nuestra vida. Ser sol para los demás. Pidámosle esa gracia a la Santísima Virgen María y habremos encontrado la razón de ser de nuestra vida. Ella que es Madre de la Misericordia nos la obtendrá.

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