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Santa María de las esperas

 

Santísima Virgen María, Madre de Dios, que es rico de tiempo y de larga espera; nosotros, pobres de tiempo y con escasa capacidad de aguante, que tenemos que estar esperando constantemente y nos cuesta mucho esperar, implóranos tu protección y ayuda.

Tú siempre supiste aguardar en vigilante espera la hora del Señor, como Virgen prudente, siempre con la lámpara encendida, como Madre amorosa, sin cansarte de esperar.

Que largas esperas en tu vida silenciosa de Nazaret hasta que el Señor “miró la humillación de su esclava”. Qué expectante estuviste desde la Anunciación del ángel al nacimiento de Jesús. Qué larga espera en Egipto, desterrada; en Jerusalén buscando al niño perdido; en Caná, ignorando la “hora” del Señor; en el Calvario, esperando la muerte de tu Hijo; en el cenáculo, aguardando en vigilante espera su Resurrección y más tarde la venida del Espíritu Santo. Qué larga tu espera desde la Ascensión a la Asunción.

Tú supiste acoger con corazón humilde de sierva amorosa y fiel la inesperada respuesta de Jesús: “Mujer, todavía no ha llegado mi hora”. Ayúdanos a entender ese desconcertante y misterioso “todavía no” de Jesús. Enséñanos a esperar, a aceptar las inevitables esperas y demoras, ayúdanos a esperar.

Cuántas esperas en la vida y cuánto nos cuesta esperar; nos impacientamos mucho. Sobre todo, no sabemos estar en vigilante espera; no sabemos qué hacer en el tiempo de espera; invertimos mal los tiempos de espera; nos cuesta descubrir el valor de la espera.

Las esperas nos hacen caer en la cuenta de nuestras pobrezas e insignificancias, de lo mucho que necesitamos y no podemos lograr por nosotros solos, por nosotros mismos.

Nosotros, nerviosos, preguntamos impacientes: ¿aún no?; y el Señor responde: todavía no. Qué misterioso y desconcertante nos resulta muchas veces  ese “todavía no”. Qué largas se nos hacen las horas de Dios, ricas de tiempo, menguadas y breves. Qué interminables se nos hacen las horas cuando le llamamos y no viene, esperamos y no llega “todavía”.

Santa María de las esperas, ayúdanos en nuestras prisas y en nuestras esperas. Madre, que es muy poca nuestra capacidad de aguante. Cuando algo nos gusta y nos interesa, tenemos prisas de que llegue, nos cuesta esperar; cuando tememos algo, nos sobreviene lo que no esperábamos o creíamos, que sería menos duro y costoso, nos impacientamos, nos traicionan los nervios, o se nos hunde la esperanza. Las prisas y las esperas forman parte de nuestro problema.

Nuestra vida está llena de prisas y esperas, de logros y frustraciones. Ven en nuestra ayuda, Santa María de las esperas

Cuanto nos cuesta esperar a los otros, sobre todo esperar a que cambien. Pero no olvidemos que la paciencia pertenece a la categoría del amor. Si amamos, sabremos esperar. Dios es amor y es paciente y de larga espera. “La cólera divina” nunca es la  última palabra de Dios, ni el castigo su última decisión, sino el perdón; siempre está dispuesto al perdón, a dejar atrás sus amenazas, si nosotros estamos dispuestos  a retomar el buen camino.

El Señor nos espera a nosotros, hemos saber aprender a esperar a los otros. “El respeto total del otro siempre ha de tomar visos de paciencia, ya que necesariamente incluye un elemento que se llama tiempo”. Necesitamos mucho tiempo para llegar a conocer al otro, para reconocerle tal y como es llamado por Dios en su seguimiento. Necesitamos mucho tiempo para desprendernos de nosotros mismos y aceptar al otro tal cual es. Necesitamos mucho tiempo para saber respetar el ritmo de cada persona. Hay que saber esperar. En el servicio de Dios esperando también se le sirve.

Cuántas veces dejamos a Dios para lo último y no lo tenemos como lo más prioritario y urgente en nuestra vida. “Si hoy escucháis la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón”. Santa María de las esperas, ayúdame, tengo miedo de no estar a tiempo, de no responder a tiempo, al tiempo de Dios. Quítame la cobardía de la dilación. Me da miedo hacer esperar a Dios, no tengo derecho. “Cuántas veces el ángel me decía: alma, asómate ahora a la ventana y verás con cuánto amor llamar porfía, y cuántas, hermosura soberana, mañana le abriremos respondía, para lo mismo responder mañana”.

Santa María de las esperas, enséñanos a esperar sin impacientarnos, aún cuando tengamos que esperar largo tiempo. Danos esa paciencia que perdura en el tiempo y está entretejida de expectativas prolongadas y sabe soportar el peso del retraso. Danos esa paciencia, esa paciente espera que sabe respetar el ritmo del desarrollo de los acontecimientos y la evolución de las personas.

Quien no esté en vigilante espera no verá pasar “lo que pasa”; el suceso no será para el “acontecimiento salvador”. Hay muchos que “viendo no ven y oyendo no oyen”. No basta ver lo que pasa y observar lo que ocurre, si en lo que pasa y ocurre no somos capaces de ver al Señor que pasa trayendo la salvación.

Santa María de las esperas tengo miedo de echar a perder todo por no saber esperar.

Tampoco tengo derecho a hacer esperar a la gente. La dilación puede ocasionar  muchos males. La lentitud en aplicar los remedios es un género de injusticia. Es urgente luchar contra el mal que hace desgraciados a los hombres y es ofensa de Dios. La salvación a veces depende de un momento, que no podemos perder. Con el tiempo, casi todo se deteriora. El que sabe esperar sabe actuar a tiempo, sabe cuándo hay que esperar y cuándo no se puede esperar más. El perezoso e indolente no agrada al Señor.

Santa María de las esperas, ayúdanos a estar en vigilante espera. Esta vigilancia nos valdrá la visita del Señor a la hora que él ha determinado en sus insondables y bondadosos designios.

Santa María de las esperas, ruega por nosotros.

(Citas extraídas del mencionado libro Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae en las páginas 179 a 185, Editorial EDICE, Madrid, 2016).