fbpx
Miquel Bordas Prószyñski
Publicado: agosto 02, 2021

SAN MAXIMILIANO:

UNA VIDA DEDICADA AL TRIUNFO DE LA INMACULADA

 

San Maximiliano María Kolbe (1894-1941) es, sin duda, uno de los grandes santos marianos de la primera mitad del siglo xix. Fue canonizado por San Juan Pablo ii en 1982. Es fácil descubrir en el mártir polaco a uno de los «apóstoles de los últimos tiempos» que anunció San Luis María Grignon de Monfort en su Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María. El beato Papa Pío ix concluía su Bula Ineffabilis Deus (08.12.1854), por la que declaró dogmáticamente que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano, haciendo un acto de firme esperanza en el triunfo de la Inmaculada, que será el triunfo de la Iglesia, de modo que esta:

«removidas todas las dificultades, y vencidos todos los errores, en todos los pueblos, en todas partes, tenga vida cada vez más floreciente y vigorosa y reine de mar a mar y del río hasta los términos de la tierra, y disfrute de toda paz, tranquilidad y libertad, para que consigan los reos el perdón, los enfermos el remedio, los pusilánimes la fuerza, los afligidos el consuelo, los que peligran la ayuda oportuna, y despejada la oscuridad de la mente, vuelvan al camino de la verdad y de la justicia los desviados y se forme un solo redil y un solo pastor».

Al igual que en Lourdes en 1858 la Virgen María ratificó la proclamación del dogma de su Inmaculada Concepción, esta esperanza fue rubricada por la misma Virgen María en Fátima en 1917, cuando nos prometió que: «por fin mi Inmaculado Corazón triunfará». Pues bien, aunque parece ser que San Maximiliano no llegó a conocer el mensaje de Nuestra Señora en Fátima (aunque es probable que sí conociera el hecho de las apariciones, pero no las menciona), a este triunfo le dedicó San Maximiliano toda su vida.

Nuestro santo es conocido sobre todo por su sublime ofrecimiento en el campo de concentración y exterminio de Auschwitz, hace justo 80 años, cuando intercambió voluntariamente su persona por la de un padre de familia, el oficial del ejército polaco, Franciszek Gajowniczek, quien había sido seleccionado junto a otros nuevos presos para morir de sed e inanición en la terrible celda del hambre, en represalia por la huida de otro preso del Lager. Recibía así San Maximiliano su segunda corona, la roja, la del martirio, un martirio de caridad, que había escogido siendo niño. La primera corona, la blanca de la castidad, la había llevado fielmente hasta ese momento, profesando un gran amor esponsal a Cristo, a la Iglesia y una piedad filial perfecta, tierna y varonil, hacia la Inmaculada. Es conocido también este episodio en el que el pequeño Raimundo (nombre de pila de San Maximiliano), según reveló su madre, María Kolbe, al poco de tener noticia de la muerte de su hijo en Auschwitz, tuvo una aparición de la Virgen María en la iglesia parroquial de Pabianice. Así, estando preocupada su madre por el futuro de sus hijos, un día le regañó a Raimundo por algo que no había hecho bien el niño: «¿qué va a ser de ti?», le dijo. Aquella pregunta le dolió al niño. Su madre no hizo caso al principio, pero empezó a notar que Raimundo se acercaba con frecuencia, sin hacerse notar, a un altarcito que tenían en casa con la imagen de la Virgen de Czestochowa y allí rezaba llorando. Se le veía serio y pensativo. Viendo aquel comportamiento, ciertamente impropio a su edad, temiendo que estuviese enfermo, su madre le obligó por fin a decirle lo que pasaba. El pequeño Kolbe, llorando, le respondió:

«Mamá, cuando me reprendiste, le pedí mucho a la Virgen que me dijera lo que iba a ser de mí. Luego en la iglesia se lo volví a pedir. Entonces se me apareció la Virgen con dos coronas en la mano, una blanca y otra roja. Me miraba con cariño. Me preguntó si quería aquellas dos coronas. La blanca significaba que perseveraría en la pureza. La roja, que llegaría a ser mártir. Yo le respondí que aceptaba las dos».