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Santa María de la Cruz

 

Santísima Virgen María, Madre Dolorosa, Reina del Cielo y Señora del Mundo, déjame estar contigo junto a la cruz del Señor.

Aquí, al pie de la cruz, por voluntad amorosa de Jesús, quedó establecido definitivamente tu fuerte vínculo de amor con los discípulos de tu Hijo. Aquí al pie de la Cruz, fuiste confiada a ellos como Madre y ellos te recibieron como preciosa herencia.

Desde entonces, siempre has sido, Madre de los creyentes en Jesús y estos siempre han encontrado en ti refugio seguro y amparo amoroso. Desde entonces, tú amas también a todos los hombres como hijos en tu Hijo, porque todos han sido llamados a ser discípulos de Jesús.

Déjeme estar contigo al pie de la Cruz, mirando a Jesús, meditando su misterio, aprendiendo sus enseñanzas, acompañando y compartiendo sus dolores, asociado contigo a su Pasión. Sentado a la sombra de la cruz gloriosa, quiero contemplar el misterio de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Ayúdame Santa María de la cruz.

Estamos ante la  ‘Obra’ de Jesús. La cruz es la obra maestra de Jesús. Hizo muchas obras buenas, pero esta es su obra maestra, la que más mimó, la que mejor preparó, la que más perfeccionó. Siempre pensó en ella, habló mucho de ella, la besó ardientemente, la abrazó apasionadamente.

Muchas cosas grandes hizo en su vida mortal, pero la Pasión es la más importante. Aquí dio la prueba más grande de su amor. La cuidó hasta los detalles más insignificantes. No se fue hasta que la tuvo perfecta, hasta que todo estuvo cumplido. ¿Qué más pude hacer por ti?, dice desde la cruz.

De la cruz sale un grito cariñoso, pero interpelante, una palabra que es una invitación y juicio, una expresión que es amor y queja al mismo tiempo: “¿Qué más pude hacer por ti”?. “Y vosotros que me tenéis aquí, ¿qué hacéis por mi”, leemos en una imagen sacrosanta de Cristo Crucificado. “¿Qué hecho yo por Cristo? ¿Qué estoy haciendo por Cristo? ¿Qué tengo que hacer por Cristo?”, se pregunta un gran siervo de Dios. La cruz es una provocación. “Todo en él provoca amor”.

Es la obra de Jesús. Esa cruz gloriosa proyecta su sombra sobre toda tu  vida, sobre Jesús y sobre tu Corazón de Madre. “Señora, Santa María, déjame llorar contigo, pues muere Dios y mi Amigo, y muerta está mi alegría. Y, pues os dejan sin Hijo, déjame ser hijo vuestro. Tendréis mucho más que amar, aunque os amen mucho menos”.

Un Cristo en Cruz no gusta a muchos; prefieren a Cristo sin cruz, un Cristo líder, personaje importante, libertador de injusticia, pero sin cruz. Se prefiere una religión sin imposiciones, sin ataduras de la carne, sin mandamientos, sin imposiciones. Muchos se dicen creyentes, pero no practicantes; religiosos, pero sin mortificaciones, vencimientos ni renuncias.

Bajarse de la cruz es tentación de nuestro tiempo. Se reclaman rebajas en la vida cristiana y en la vida religiosa, reducir sus exigencias, al menos en determinados campos y sectores. Se pide un cristianismo “alargado”, contemporizador con las modas y el sentir de la “mayoría”. Se acepta una religiosidad sin imposiciones personales de orden ético o moral, sin renuncias, sin prácticas, sin mortificaciones; cesiones en la moral familiar y matrimonial; menos exigencias en la vida consagrada. Para muchos, vivir mejor, modernizarse, es tener más y ser más libres.

“Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas. ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?”. Jesús sin cruz, huyendo de la Cruz, liberándose de la Cruz, ese no es el verdadero Jesús.

Santa María de la Cruz, queremos estar contigo junto a la cruz del Señor largos ratos de contemplación. Queremos vivir y actuar siempre  “a la sombra de la cruz”. “En la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo”.

Santa María de la cruz, “oh, dulce fuente de amor, hazme sentir tu dolor para que llore contigo, y que, por mí Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en él que conmigo”.

 Santa María de la cruz, “haz que su cruz me enamore y que en ella viva y more”. Que después de terminar mi contemplación a la sobra de la Cruz, cuando me levante que me vea crecido en fe, en su amor, y que exclame: “Ahora creo en el amor que Dios me tiene: me amó y se entregó por mi”. Y que obre en consecuencia.

Santa María de la Cruz, ruega por nosotros

 

(Citas extraídas del mencionado libro “Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae” en las páginas 110 a 120, Editorial EDICE, Madrid 2016).

 

La Asociación Misericordia dio inicio en octubre pasado a una sección nueva. Se trata de transmitir regularmente unos preciosos pensamientos sobre la Santísima Virgen María de autoría del Obispo emérito de San Cristóbal de La Laguna, Canarias, Mons. Damián Iguacén Borau.
Este ilustre Prelado, fue el Obispo más anciano del mundo hasta su fallecimiento el 24 de noviembre.
Cuando Mons. Damián Iguacén cumplió cien años, la Conferencia Episcopal Española publicó un libro denominado “Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae” que reúne una serie de escritos de D. Damián sobre la Virgen María, dedicados a las más variadas advocaciones y títulos de la Virgen por él ideados.
Por considerarlas de mucha utilidad para nuestros lectores, publicaremos regularmente citas de esos escritos de Mons. Iguacén en el libro editado por la CEE en la Editorial EDICE, Madrid 2016.