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Santa María de la cuesta arriba

Santa María de la cuesta arriba te descubrí subiendo a un monasterio, en un recodo del camino pendiente y pedregoso, sobre un peñón rústico, en una sencilla imagen, a la que los novicios habían puesto este nombre: “Santa María de la cuesta arriba”. ¡Cuánto me gustó este nombre, y ¡el lugar que estaba!; y ¡tal como me encontraba yo de agotado!

 A los que nos llamó el Señor en su seguimiento, nos llamó para que vayamos, dejando cosas, desarraigándonos, desinstalándonos constantemente; para que arranquemos de donde estamos y nos pongamos en camino, siempre en camino, cuesta arriba casi siempre, más arriba, excelsior, porque allá está lo bueno, lo bello. Hemos nacido para cosas grandes, para andar por las alturas de la libertad, como los pájaros,  libres. Ayúdanos, Santa María de la cuesta arriba.

 Por los caminos de la vida me he encontrado de todo, toda clase de gente.

 “Los que se niegan” a seguir a Jesús y se oponen y se resisten positivamente: “No queremos que este reine”. No quieren saber nada. Son protervos, de dura cerviz.

 “Los que no se deciden”. Oyen la voz del Señor que llama, y ellos se callan, no responden, no se deciden.

 “Los que tienen miedo a emprender el viaje”. Se dan cuenta de lo que el Señor les pide, y tiemblan; es demasiado; no podrán con tanto; no sabrán responder, fracasarán. Eso es lo que piensan. Y les da miedo.

 “Los que huyen” y van por otros caminos. Ven lo que les está exigiendo y se escabullen. Es la tentación de la huida del puesto difícil, del cargo de responsabilidad, de los lugares incómodos.

 “Los que antes de ir piden explicaciones y exigen condiciones”. Lo quieren ver todo claro, bien claro, antes de dar un paso; quieren atar todos los cabos; quieren una seguridad total; no quieren correr el riesgo de la equivocación, del fracaso, del ridículo. Todos los que pusieron condiciones al Señor fueron discípulos fracasados. Los que quisieron seguridades y no dieron un paso por verlo todo claro fueron descalificados.

 “Los que se están cansando”. Durante un tiempo estuvieron entusiasmados, ilusionados, pero ahora están cansados: por debilidad de la carne, por flaqueza, por aburrimiento. Se cansaron de esperar y de creer. Las cosas tardaron, no se resolvieron según les habían prometido; el esposo no llegaba y ‘se durmieron’, o están adormilándose. Hay muchos cansinos en el camino del Señor. Ya no pueden más. Les da náuseas el mismo maná. Fueron generosos, pero ahora ya no quieren hacer el ‘tonto’; les han tratado de ‘primos’ y creen que ya han hecho ‘bastante’, cargando siempre con lo que nadie ha querido. Son muchos los desanimados y desesperanzados, peregrinos por un desierto sin agua y sin caminos.

 “Los que no se sienten aludidos”. No se sienten obligados a hacer más de lo que han hecho o están haciendo. Es el joven rico, que dio mucho, pero no lo dio todo. Es el hermano mayor del pródigo, al que le parecieron excesivas las manifestaciones de alegría del padre para con el hijo malo, y dijo: “¡Ya está bien!”. Los que ponen peso, medida y número a todo lo que hacen, a su entrega. Los minimistas. Cuánto minimista en el camino. Hacer lo menos posible, y con el mínimo esfuerzo.

 “Los que están parados”. Fueron de los primeros, marchaban delante, los de primera línea; pero se pararon y quedaron atrás. Se les paró el reloj y no están a la hora del Señor. Sus ideas, sus proyectos, sus actuaciones pertenecen a otro tiempo, a un tiempo que ya no es; no avanzaron al ritmo de la vida y de la historia. Miraron atrás y están convertidos en estatuas de sal. En las pendientes es muy fácil que, el que no haga esfuerzos por subir, baje.

 “Los que caminan mientras no se les exija demasiado”. Les encanta el Evangelio, les encanta Jesús, les encanta la vida consagrada; lo encuentran todo maravilloso, mientras no se les exija demasiado.

 “Los que avanzan vergonzosamente”. Son los que se sienten cristianos pero por dentro, sin manifestarlo por fuera, para no darse a entender demasiado; no se atreven a dar la cara descubierta reflejando la gloria de Dios. Los del “sí” y “no”. Los que no viven el “amén” valiente y fiel.

 Perdóname Santa María de la cuesta arriba, que te haya dicho tantas cosas de golpe y de una vez. Pero es que yo no quiero ser como ninguno de esos. Yo quiero esforzarme con la gracia de Dios y con tu presencia de Virgen para “las cuestas arriba”, para permanecer incondicionalmente en el camino, por pendiente y costoso que sea

 Pongamos las cosas en orden, sin destruir. Santa María de la cuesta arriba, ayúdanos a superar los obstáculos y subir las pendientes de la vida, que nos conducen a la contemplación de la infinita belleza del Señor, un “Dios rico de tiempo”. Quiero ir. “Ir” significa dejar algo. Para ir tengo que dejar algo. Tengo que dejar el lugar donde me encuentro. Siempre tenemos que dejar algo.

 Dios ama las paradas, las demoras cuando no son pereza, sino preocupación, reflexión.

 Santa María de la cuesta arriba, ayúdanos a superar los obstáculos y subir las pendientes de la vida, que nos conducen a la contemplación de la infinita belleza del Señor, “un Dios rico en tiempo”.

  Santa María de la cuesta arriba, ruega por nosotros

  

Citas extraídas del mencionado libro “Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae” en las páginas 125 a 129, Editorial EDICE, Madrid 2016).

La Asociación Misericordia dio inicio en octubre pasado a una sección nueva. Se trata de transmitir regularmente unos preciosos pensamientos sobre la Santísima Virgen María de autoría del Obispo emérito de San Cristóbal de La Laguna, Canarias, Mons. Damián Iguacén Borau.
Este ilustre Prelado, fue el Obispo más anciano del mundo hasta su fallecimiento el 24 de noviembre.
Cuando Mons. Damián Iguacén cumplió cien años, la Conferencia Episcopal Española publicó un libro denominado “Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae” que reúne una serie de escritos de D. Damián sobre la Virgen María, dedicados a las más variadas advocaciones y títulos de la Virgen por él ideados.
Por considerarlas de mucha utilidad para nuestros lectores, publicaremos regularmente citas de esos escritos de Mons. Iguacén en el libro editado por la CEE en la Editorial EDICE, Madrid 2016.