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Señor Jesucristo, qué impresionantes son tus ojos penetrantes, cuando los fijas en las personas y en las cosas. Qué bello es tu mirar. Nos enseñas a ver y a mirar las personas y las cosas en profundidad.

Tu mirabas, mirabas mucho, me lo cuentan los evangelistas. Tus miradas eran para nuestra enseñanza. Quiero aprender a mirar como tú.

¡Cuántas veces se cruzaron tus ojos con los ojos de tu Madre, Santa María de la mirada limpia, cuando ella te miraba, cuando tú a ella mirabas. Cuántas veces se cruzaron tus ojos con los ojos de mujeres y de hombres, ancianos y niños, ricos y pobres, amigos y enemigos. A nadie miraste con indiferencia ni con desdén.

Santa María de la mirada limpia, con tus ojos puestos en sus ojos, entorna hacia mí esos tus ojos limpios; enséñame a mirarle a él; dile que me mire. Necesito que me mire, que limpie y cure mi mirada, para ver todo como él, como tú, con mirada limpia.

Quiero aprender a emplear bien los ojos, los del cuerpo y los del espíritu.

Muchos se dejan llevar por ‘antojos’ de vista. Los ojos curiosos e incontrolados se pierden, como niños, en el barullo. Qué fácil es caer de ojos, el corazón se inclina mucho a lo que mira. Los que alardean de ‘vista’, de ‘listos y linces’, suelen tener más tropiezos que los ciegos y más caídas. Las personas deslizan mucho más por los ojos que por los pies.

Señor, este es nuestro fallo: no tenemos una mirada de fe, no juzgamos con criterios de fe. Tú eres mi maestro, mi médico y mi redentor, también en esto del mirar. Cura mis ojos Evangeliza mis ojos. Cristianiza mi mirada.

Mira, Señor, cuántos ojos tristes y sucios, que perdieron el encanto de la mirada limpia, ofuscados por concupiscencias malas.

Nuestra ceguera está, a veces en la perversión del corazón y en la malicia de la intención. La envidia es un mal de ojos. Abundan los ‘ojizainos’ que miran atravesadamente y con mala voluntad. Hay miradas malévolas. Hay quien no sabe mirar a los demás sin fruncir el entrecejo, y quien no mira nunca de frente, siempre de reojo, nunca a la cara.

Miradas enfermizas que no pueden soportar ningún ‘fulgor’ en el prójimo, sin sentirse heridos en su espíritu envidioso, sin poder aceptar la luz que irradian personas singulares.

 Santa María de la mirada limpia, muéstranos a Jesús, pon a Jesús en nuestros ojos, cómo lo llevabas tú retratado en los tuyos. Quiero ver todo desde Jesús, con los ojos de Jesús, con ojos cristianos. Que la yo vea las cosas como tú las ves, Señor, que viniste a enseñarnos a mirar.

 Los ojos cristianos, es decir, en los que está Cristo, han de ser sencillos. Haz mis ojos sencillos, Santa María de la mirada limpia.

 Quiero tener ojos penetrantes, nunca superficiales. Dios mira el interior. Los ojos acostumbrados a ver a Dios en la oración descubren a Dios en las personas y en las cosas y lo identifican inmediatamente; ven la verdad, la bondad, la belleza que Dios, ha derramado sobre las criaturas y miran el mundo y cuánto hay en él con mirada gozosa y entusiasmada.

 Santa María de la mirada limpia, enséñame a descubrir verdades y bellezas y grandezas que se ocultan a los de mirada superficial, racionalista y sucia de egoísmos y pasiones, enséñame a descubrir la belleza de la vida, las tantas cosas buenas y bellas que Dios ha puesto a nuestro alrededor para hacernos felices.

 Santa María de la mirada limpia, enséñame a mirar en cristiano, con una mirada que provoca la admiración y el respeto de la persona mirada. Mirada que no suscita estas reacciones no es mirada limpia, algo busca egoístamente.

 Santa María de la mirada limpia, vuelve a nosotros tus bellos ojos, ‘lago de paz, de luz y de alegría’; limpia nuestro mirar con tu mirar limpio.

 Santa María de la mirada limpia, quita la suciedad de nuestros ojos y de nuestro corazón y haz de nuestros ojos instrumentos de evangelización, portadores de la Buena Nueva.

 Santa María de la mirada limpia, ruega por nosotros.

 Citas extraídas del citado libro Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae en las páginas 261 a 264, Editorial EDICE, Madrid 2016).

 

La Asociación Misericordia dará inicio a una sección nueva. Se trata de transmitir regularmente unos preciosos pensamientos sobre la Santísima Virgen María de autoría del Obispo emérito de San Cristóbal de La Laguna, Canarias, Mons. Damián Iguacén Borau.

Este ilustre Prelado, es el Obispo más anciano del mundo. Todo un récord digno del Guinness World of Records.

Cuando Mons. Damián Iguacén cumplió cien años -ahora tiene 104- la Conferencia Episcopal Española publicó un libro denominado “Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae” que reúne una serie de escritos de D. Damián sobre la Virgen María, dedicados a las más variadas advocaciones y títulos de la Virgen por él ideados.

Por considerarlas de mucha utilidad para nuestros lectores, publicaremos regularmente citas de esos escritos de Mons. Iguacén en el libro editado por la CEE en la Editorial EDICE, Madrid 2016.