Santa María de la Servicialidad
Señor, tú has dicho que estabas en medio de nosotros como el que sirve; has definido tu misión como servicio; te anonadaste a ti mismo ‘tomando forma de siervo’: infunde en mi corazón tu espíritu de servicialidad, para estar siempre dispuesto a servir con prontitud, diligencia y alegría.
Viniste a servir y quieres que los que te siguen tengan tus mismos sentimientos y estén en permanente actitud de diaconía como camino de grandeza y felicidad. Hazme entender el servicio como la forma propia de mi existencia cristiana.
Santa María de la servicialidad, qué bien aprendiste de Jesús a ser sierva y esclava; lo tenías tan claro que le serviste con fidelidad plena, pendiente siempre de su palabra, siempre a punto, siempre servicial. Enséñame a ser servicial como tú, para agradar a Dios.
Hay en nosotros una tendencia fuerte a hacer cada uno lo estrictamente obligatorio y a reclamar vivamente los derechos. Esto es bueno. No se pueden conculcar los derechos de las personas ni se puede pisotear la justicia. Pero estamos cayendo en otro extremo: falta espíritu de generosidad y de servicialidad. Además tenemos una gran inclinación a instalarnos.
Cuántas cosas quedarán sin hacer allí donde no haya personas serviciales y generosas, aunque sean cumplidoras de su deber. Hace falta la justicia distributiva; pero la justicia distributiva es solo la base del orden moral, del que la generosidad es la regla.
Santa María de la servicialidad, ayúdanos a pasar de la instalación al servicio, de la envidia, a la emulación de la generosidad; de la nivelación, a la superación individual y colectiva. Quiero dar, más que recibir; sacrificarme más que exigir sacrificios; comprometerme, más que disculparme; comprender, más que ser comprendido; amar, más que ser amado; servir, más que andar únicamente preocupado por mis propios derechos.
Cuántas veces, Señor, la servicialidad es solo la coartada de los responsables, que “dicen y no hacen”; “estoy a vuestro servicio”, dicen; pero luego todo son reticencias, excusas, inhibiciones, repliegues. La autoridad, toda autoridad, cualquier superioridad es servicio; pero los que están en autoridad y al frente de los servicios, ¿son servidores?, ¿tienen espíritu de servicio?
Servir es dar, darse, en mayor o en menor grado, pero darse. Servir es reconocer en los otros algunos derechos y alguna superioridad, carencias y necesidades. Servir es también, sentirse pobre y necesitado de los otros. Servir es entrar en comunión con seres imperfectos que, al darse y aceptarse servicios, se complementan y enriquecen mutuamente.
Señor Jesucristo, Salvador de los hombres, quiero aprender de ti a ofrecer mi servicio a los hombres como salvación integral, salvación que tiene en cuenta toda la persona; que mi servicio sea respuesta a las necesidades de los hombres, mis hermanos, desde las más elementales de la vida, pasando por las necesidades más profundas del corazón humano, hasta el servicio de la oración y del sacrificio.
Para descubrir cuánto amamos y cómo servimos, nos tendremos que preguntar qué damos, cuánto damos, qué capacidad tenemos de gastarnos y desgastarnos por los demás. Si la actitud dominante en nosotros es recibir, si solo estamos pendientes a ver qué sacamos, a ver qué conseguimos, no estamos en disposición de desgastarnos por los demás, no somos serviciales al estilo del Señor, ni al estilo tuyo, Santa María de la servicialidad.
Las actitudes puramente pasivas, egoístas, receptivas, no son posturas de discípulo tuyo, Señor. Amar es darse, servir es darse.
Santa María de la servicialidad, quiero vivir en la certeza que ser servidores de los demás por amor a Jesucristo nunca es inútil. Cuando damos y más aún cuando nos damos en servicio gozoso a los demás, cuando nos gastamos y desgastamos por los otros, llevamos algo nuestro a su vida, hacemos nacer algo en la vida de los otros, enriquecemos la vida de otros, los hacemos más personas. En el acto de dar, siempre nace algo. Cuando damos con amor, hacemos de las otras personas capaces de dar ellos también. Es más, cuando damos de veras, nosotros mismos recibimos algo a cambio, mucho a cambio, aunque no sea de los que esperamos. El amor es siempre fecundo; que lo entienda Señor, que lo viva, Señor.
Santa María de la servicialidad, enséñame a ser como tú, servicial y entregado; que muy a gusto me gaste y desgaste por las almas, por las personas todas, aunque amándolas con mayor amor cada día, sea menos amado y correspondido por ellas.
Santa María de la servicialidad , ruega por nosotros.
(Citas extraídas del mencionado libro “Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae” en las páginas 350 a 354 , Editorial EDICE, Madrid 2016).
La Asociación Misericordia dio inicio en octubre pasado a una sección nueva. Se trata de transmitir regularmente unos preciosos pensamientos sobre la Santísima Virgen María de autoría del Obispo emérito de San Cristóbal de La Laguna, Canarias, Mons. Damián Iguacén Borau.
Este ilustre Prelado, fue el Obispo más anciano del mundo hasta su fallecimiento el 24 de noviembre.
Cuando Mons. Damián Iguacén cumplió cien años, la Conferencia Episcopal Española publicó un libro denominado “Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae” que reúne una serie de escritos de D. Damián sobre la Virgen María, dedicados a las más variadas advocaciones y títulos de la Virgen por él ideados.
Por considerarlas de mucha utilidad para nuestros lectores, publicaremos regularmente citas de esos escritos de Mons. Iguacén en el libro editado por la CEE en la Editorial EDICE, Madrid 2016.