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Santa María, Madre Amable

 

Contemplamos a la Virgen María abrazada a su hijo y acariciada por él. Es la ‘madre amable’, madre de Dios y madre nuestra; la que ha hallado gracia delante de Dios; la que ama a Dios más que ninguna criatura; la que más nos ama, después de Dios; la que después de Dios merece ser más amada; la que mejor refleja la imagen de Dios Amor y de Jesús amable. Con toda razón es la ‘madre amable’.

Tres cosas hacen que nos resulte amable una persona: su hermosura, su bondad, el amor que nos manifiesta. Las tres se hallan en la Virgen María de modo admirable. Es toda bella, toda santa, toda ‘amor hermoso’. Más grande que ella, solo Dios.

Invocar a la Virgen María como madre amable nos compromete a ser nosotros amables.

El amable, tenga las cualidades que tenga, por el modo con que las vive, por su manera de ser, resulta una persona encantadora, ‘un encanto de persona’. Cuando decimos ‘un encanto de persona’, no queremos decir que es rica, que es joven, que es hermosa, que es lista, decimos que nos encanta su modo de ser, descubrimos un no sé qué que nos cautiva, nos admira, nos convence.

No es fácil definir la amabilidad, porque no es una virtud aislada, sino una reunión de virtudes. Amabilidad es, desde luego, caridad, que se da; humildad que se abaja; mortificación que se priva de cosas menos convenientes; paciencia que sabe esperar; fortaleza que no se cansa ni se hecha atrás ante las dificultades; bondad que todo mira bien; benignidad que hace todo el bien que sabe y puede. Todo eso, junto, es amabilidad, fruto riquísimo del Espíritu Santo.

Sería muy triste que alguien que se acercó a nosotros, por lo que sea, se fuera igual que vino, o peor, porque nosotros hemos sido incapaces de darle algo de lo nuestro.

La amabilidad nos asemeja a Jesucristo, ‘manso y humilde de corazón’.

El amable sabe tener detalles con todos.  Que lástima que, a veces, nos haya faltado ese ‘detalle’, ese pequeño  detalle que lo hubiera arreglado todo. No hagamos las cosas de cualquier manera, con dejadez. Todo lo precioso y delicado se trata con cuidado, con delicadeza. Nada tan precioso como la persona humana; a la que Dios ‘ha hecho poco inferior a los ángeles’ y ‘ha coronado de gloria y dignidad’. La delicadeza en los detalles es signo de perfección espiritual y humana; la grosería es signo de vileza. La amabilidad se traduce siempre en delicadeza y elegancia espiritual.

El amable es indulgente. Indulgente no quiere decir débil o poco justo.

Ser bueno no quiere decir ser débil. Ser bueno quiere decir querer el bien y hacer el bien siempre, a todos, sin excepción. Y esto no es fácil. ‘La bondad -dice Santo Tomás- es hija de la fortaleza, no se encuentra sino en almas habituadas a vencer. El amable sabe disimular las ofensas que le hacen; sabe disculpar, dispensar, perdonar, sabe interpretar bien las cosas.

No saber dispensar a los demás, es una prueba evidente de que uno se dispensa demasiado a sí mismo.

El amable es valiente. Sabe decir ‘no’ sin enfadarse, nunca devuelve mal por mal, insulto por insulto; nunca pierde la Paz cuando dice lo que tiene que decir.

El amable es servicial. Amabilidad y servicialidad son inseparables. Amar es servir. Uno de los mejores servicios que podemos ofrecer hoy es el de la animación; hay que animar a muchos. La desilusión, la atonía, el desencanto, el desánimo, están haciendo estragos. Pero para animar hay que estar animados.

Todos podemos convertirnos a la amabilidad.

El aceite no mana en ninguna fuente como el agua, hay que hacerlo y se hace estrujando, triturando, moliendo las olivas, las aceitunas, en el molino. ¿Entenderemos la lección? Nadie diga: soy así y así me tenéis que aguantar. ¿Eres áspero, de temperamento fuerte? ¡Al molino aceitero!

No seamos zarzas a la vera del camino. No es un modelo de virtud el tipo de persona que describe el adagio: ‘cara de beato y uñas de gato’.

La mayor parte de personas que encontramos por la vida tienen necesidad de cariño, sienten hambre de simpatía.

Hay que ser no sólo buenos, sino muy buenos, dice San Francisco de Asís.

Santa María, madre amable, ruega por nosotros

 

Citas extraídas del citado libro Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae en las páginas 246 a 255, Editorial EDICE, Madrid 2016).

La Asociación Misericordia dará inicio a una sección nueva. Se trata de transmitir regularmente unos preciosos pensamientos sobre la Santísima Virgen María de autoría del Obispo emérito de San Cristóbal de La Laguna, Canarias, Mons. Damián Iguacén Borau.

Este ilustre Prelado, es el Obispo más anciano del mundo. Todo un récord digno del Guinness World of Records.

Cuando Mons. Damián Iguacén cumplió cien años -ahora tiene 104- la Conferencia Episcopal Española publicó un libro denominado “Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae” que reúne una serie de escritos de D. Damián sobre la Virgen María, dedicados a las más variadas advocaciones y títulos de la Virgen por él ideados.

Por considerarlas de mucha utilidad para nuestros lectores, publicaremos regularmente citas de esos escritos de Mons. Iguacén en el libro editado por la CEE en la Editorial EDICE, Madrid 2016.