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Miquel Bordas Prószyñski
Publicado: diciembre 12, 2021

Santo que demuestra quien realmente es a favor de la igualdad y de la libertad

 

La ciudad de Roma, la célebre y mundialmente conocida Città Eterna, vivía aquella mañana del seis de mayo de 1962 de una manera radiante. Ese día el papa Juan XXIII iba a realizar una nueva Canonización. Ningún santo es un santo cualquiera. Todos son modelos para los católicos pues practicaron en grado heroico las virtudes. Nos sirven de ejemplo, de modelo, de guía.

Ese día de noviembre del año 1962,  ¿quién sería canonizado?. Tal vez un Papa, un Cardenal, un Rey, un famoso predicador, un ilustre médico, un canonista de prestigio, una ama de casa modelar, una madre heroica que prefirió sacrificar su vida que perder su hijo en un difícil parto… todo eso se preguntaba un romano que desayunaba cerca de la Plaza de San Pedro, en una cafetería del Borgo Pio, un capuchino caliente con un sabroso cornetto.

La respuesta la obtuvo leyendo la edición de L’Osservatore Romano,  el entonces prestigioso diario de la Santa Sede. Su Santidad Juan XXIII proclamaría ese día las virtudes heroicas e incluiría en el catálogo de los Santos a un fraile dominico, peruano de nacimiento, mulato e hijo natural de un noble español y una esclava negra. Su nombre: Martín de Porres.

Pero, y ¿quién era Martín de Porres? Porque lo que yo siempre veo de él es una estampita en la que aparece con una escoba. Eso, Fray Escoba. Algo hizo además de barrer el convento imagino yo. Y sobre todo algo fue. Pues es más importante el ser que el hacer. Veamos un poco su vida e historia…Martín de Porres, su nombre completo era Juan Martín de Porres Velásquez y había nacido en la capital del Virreinato del Perú el nueve de diciembre de 1579. Allí mismo entregaría piadosamente su alma al Creador el tres de noviembre de 1639. Tuvo una hermana.

En su infancia pasó por las privaciones materiales y económicas propias a su condición,  pero siempre con paz de alma y espíritu sobrenatural, sin afligirse y viendo en todo la voluntad de Dios. En determinado momento su padre reconoce a él y a su hermana con siendo sus hijos.

Martín a la vez que piadoso era muy dotado de capacidades. Así siendo se fue adiestrando como auxiliar práctico, médico empírico, barbero y herborista. Pero más que los cuerpos eran las almas a quienes debería curar y hacer el bien. Así siendo en 1594 entra en la Orden de Santo Domingo, en aquel entonces de enorme prestigio. Fue Fray Juan de Lorenzana, famoso fraile quien le invita a ser hijo de Santo Domingo. Por ser hijo ilegítimo tendrá la categoría de “donado” -recibiría alojamiento y se tendría que encargar de muchas labores como “criado”.  Durante nueve años practicaría la virtud de la humildad en el ejercicio de esos trabajos rústicos. Nada de eso apagaba en el joven Martín el entusiasmo que le provocaba estar cumpliendo su vocación, porque sabía que -como diría la grande Santa Teresa de Jesús- “también en los pucheros anda Dios”.

En 1603 fue admitido como hermano de la orden. Comienza para él otra etapa de su vida religiosa. Con las probaciones y alegrías que cada etapa de la vida nos regala el Señor. San Martín fue seguidor de los modelos de santidad de Santo Domingo de Guzmán, San José, Santa Catalina de Siena y San Vicente Ferrer. Sin embargo, a pesar de su encendido fervor y devoción, no desarrolló una línea de misticismo propia.

Las buenas amistades siempre han caracterizado a los Santos en la historia. Fray Martín no sería  una excepción. Fue confidente de San Juan Macías fraile dominico, con el cual forjó una entrañable amistad. Se sabe que también conoció a Santa Rosa de Lima, terciaria dominica, y que se trataron algunas veces, pero no se tienen detalles históricamente comprobados de estas entrevistas. Ciertamente en el Cielo las vamos a conocer, pues en Dios todo es presente. He ahí una de los atractivos del Cielo…

La personalidad llena de santidad  de San Martín hizo que fuera buscado por personas de todos los estratos sociales, altos dignatarios de la Iglesia y del Gobierno, gente sencilla, ricos y pobres, todos en o traban en él, alivio a sus necesidades espirituales, físicas o materiales. Su entera disposición y su ayuda incondicional al prójimo propició que fuera visto como un hombre santo. Es la fama de santidad que suele acompañar en vida a quienes son amigos verdaderos del Señor.

Aunque él trataba de ocultarse, la fama de santo crecía día por día. Fueron varias las familias en Lima que recibieron ayuda de Fray Martín de Porres de alguna forma u otra. También, muchos enfermos lo primero que pedían cuando se sentían graves era: «Que venga el santo hermano Martín». Y él nunca negaba un favor a quien podía hacerlo. He aquí borra característica de la santidad, estar siempre dispuesto a ayudar a los demás olvidándose de sí mismo.

Cercano a la sexta década de existencias, San Martín de Porres enferma gravemente y anuncia que había llegado la hora de encontrarse con el Señor. La noticia causó profunda conmoción en la capital peruana, y era tal la veneración hacia este fraile mulato dominico, que el propio virrey del Perú, D. Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla fue a besarle la mano cuando se encontraba en su lecho de muerte pidiéndole que velara por él desde el cielo.

Fray Martín solicitó a sus afligidos hermanos religiosos que entonaran en voz alta el Credo y mientras lo hacían, entregó piadosamente su alma a Dios. El reloj marcaba las 21:00 hrs. del 3 de noviembre de 1639 en la Ciudad de los Reyes, capital del Virreinato del Perú. Toda Lima le dio el último adiós en forma multitudinaria. Y allí delante de sus restos mortales se mezclaron personas de todos los estratos sociales. Altas autoridades civiles y eclesiásticas lo llevaron en hombros hasta la cripta, doblaron las campanas en su nombre y la devoción popular se mostró entusiasta porque tenían en el Cielo a un nuevo intercesor sin duda alguna, que haría ahora más milagros que cuando estaba vivo.

Actualmente sus reliquias son veneradas son veneradas en la Basílica y Convento de Santo Domingo, de Lima, junto a los restos de Santa Rosa de Lima y San Juan Macías en el denominado «Altar de los Santos de Perú».

Una palabra sobre sus milagros. En vida. Si aún en vida hizo Dios por su intermedio muchos milagros.

Dice una autora que “una noche, cuando ya era bien tarde, el cirujano Marcelo Rivera, huésped del convento, lo andaba buscando y no conseguía dar con él; le pregunta a uno, le pregunta a otro, pero nadie lo ha visto. Por fin, lo encuentra en la sala capitular “suspenso en el aire y puesto en cruz. Y tenía sus manos pegadas a las de un santo Cristo crucificado, que está en un altar. Y todo el cuerpo tenía así mismo pegado al del santo Crucifijo como que le abrazaba. Estaba elevado del suelo más de tres varas”.

Innumerables testigos presenciaron episodios similares. Así, por ejemplo, una noche en la que pocos conseguían conciliar el sueño en el edificio del noviciado, a causa de una epidemia que había dejado a la mayoría de los frailes en cama con fiebres muy altas, se oye en una de las celdas:

– Oh fray Martín, ¡quién me diera una camisa para mudarme!

Era fray Vicente que se revolvía en su lecho entre los sudores de la fiebre y llamaba al enfermero, pero sin esperanzas de que fuera atendido, pues las puertas de aquel edificio ya se habían cerrado y fray Martín vivía fuera del mismo. Pero apenas había terminado de hablar cuando ve al hermano enfermero a su lado y que le está llevando lo que le había pedido. Sorprendido, le pregunta por dónde había entrado.

– Callad y no os metáis en eso —le responde con bondad fray Martín mientras con el dedo le indica silencio. 

No muy lejos de ahí el maestro de novicios, fray Andrés de Lisón, oye la voz de fray Martín y se pone en el pasillo para comprobar por donde había entrado. El tiempo corre y no pasa nada. Entonces resuelve abrir la puerta del enfermo: estaba a solas y dormía profundamente… La admiración se extendió por todo el convento.

Los frailes Francisco Velasco, Juan de Requena y Juan de Guía también recibieron visitas análogas. En otra ocasión, un fraile que velaba de noche en el claustro vio una gran luz y mirando qué era aquello vio a fray Martín que pasaba volando envuelto en esa luz. 

Una madrugada, como de costumbre, al toque de la campana toda la comunidad se reúne en la iglesia para cantar Maitines. De pronto, una claridad procedente del fondo ilumina todo el recinto sagrado. Los religiosos se vuelven para atrás y descubren el foco de tan intensa luminosidad: el rostro de fray Martín que había ido a ayudar al sacristán y allí estaba oyendo el canto sacro.

«Dios sea bendito que toma tan vil instrument

Episodios como éstos ocurrían en cantidad y se volvían públicos y notorios. Poco a poco la fama del santo se difundió por toda Lima, llegando incluso hasta el virrey y el arzobispo. Sin embargo, nada de eso perturbó su humildad. De ninguna manera consintió perder la convivencia con lo sobrenatural volviéndose hacia sí mismo para disfrutar una gloria humana que pasa “como un sueño mañanero” (Sal 89, 5).

En una ocasión fue a visitar a la esposa de su antiguo maestro barbero, la cual padecía una enfermedad grave. Ésta lo invita a sentarse a los pies de su cama y entonces con disimulo estiró el brazo hasta tocar con su mano el manto del santo. En ese mismo instante se sintió curada y exclamó llena de asombro:

– ¡Ay, padre fray Martín, qué gran siervo de Dios es: pues hasta su vestidura tiene gran virtud! Con la astucia propia a la humildad, el santo le respondió:

–La mano de Dios anda por aquí señora. Él lo ha hecho y el hábito de nuestro Padre Santo Domingo. Dios sea bendito que toma tan vil instrumento para tan grande maravilla y no pierde su valor y devoción el hábito de nuestro Padre, por vestirle tan grande pecador como soy yo”.

El lector de L Observatore Romano al cual nos referimos al inicio de este artículo, pudo leer en la mañana siguiente -mientras tomaba su habitual capuchino y comía con apetito su sabroso cornetto- las palabras del Papa Juan XXIII pronunciadas el día antes durante la canonización de San Martín de Porres: “este santo varón, que con su ejemplo de virtud atrajo a tantos a la religión, ahora también, a los tres siglos de su muerte, de una manera admirable, hace elevar nuestros pensamientos hacia el Cielo”,

Con el ejemplo de su vida, San Martín de Porres demostró que es posible conseguir la santidad por el camino que Cristo enseña: amando a Dios, en primer lugar, de todo corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente; y, en segundo lugar, amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La igualdad en el amor a Dios. Porque como enseña San Pablo en su Carta a los Gálatas: “Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: «Amarás al prójimo como a ti mismo».